En un mundo secularizado,
en el cual plagas como la desesperación, las falsas religiones, el estrés y los
vicios, azotan el cuerpo de la humanidad, en una sociedad que se encuentra ente
un profundo sufrimiento, y que no puede dejarnos indiferentes, el sacerdote,
como un hombre escogido de entre los hombres y al servicio de los hombres,
tiene una misión especial, la de entregarse y dar testimonio de un gran
heroísmo moral para cambiar el rostro del mundo. Tiene la misión de hacer
habitar por medio del Espíritu Santo, a Cristo en el corazón de los hombres, y
hacer al hombre partícipe de la felicidad celestial.
La llamada, por parte de Dios, a esta santa
labor, va dirigida a todos los hombres. El don del sacerdocio supera las
palabras. Es digno del don del sacerdocio, el que ha escogido la cruz de Cristo
y decidió seguirle hasta el final, sin importar los obstáculos y las
dificultades que aparecen en su camino. Así como la medicina es la ciencia de
sanación del cuerpo, el sacerdocio es la ciencia de sanación del alma.
Me llamo Cosmin, tengo 23 años, soy
seminarista rumano en la Archidiócesis de Zaragoza, y estoy estudiando el quinto
curso. Me considero una persona muy feliz, al haber descubierto que Dios me ha
llamado para servirle a Él y a los demás en el ministerio sacerdotal. Dios me
ha llamado desde pequeño a ser sacerdote, a los 9 años, y me ha guiado, hasta
el momento presente, en seguir este camino tan especial. Parte del
agradecimiento lo doy a mis padres y a mis abuelos, que desde pequeño me llevaban
todos los días a misa, y me pusieron los cimientos de verdadero cristiano.
Cuando regresaba a casa después de la misa, me ponía la sábana, preparaba en
una silla un vaso de agua, un poco de
pan, y con un libro pequeño empezaba a imitar la misa. Cuando recuerdo esos
momentos me rio a veces de lo que era capaz de hacer. Y con el tiempo esa
semilla creció dentro de mí, en primaria y secundaria note como algo especial
dentro de mí, me hacía sentir distinto de los demás. Después entré en el
seminario menor de Rumanía, donde durante 4 años recibí una formación rigurosa
que me transformó en una persona equilibrada en todos los sentidos. Me platee
venirme a España a continuar los estudios en el seminario mayor, ya que mi
padre trabajaba aquí, pero también por la necesidad de vocaciones sacerdotales.
Y aquí estoy, en mi quinto curso, feliz y lleno de entusiasmo, y preparándome
para ser un muy buen sacerdote. Hay tentaciones, hay distintos obstáculos, pero
cuando uno sabe hacia qué y donde se dirige, nada es imposible, y sale además
más contento y fortalecido. Todo por amor a Cristo y a los demás.
Queridos jóvenes, estáis en la edad en la
que es más difícil escuchar la llamada que Dios os hace, y esto debido a las
distintas distracciones diarias y a lo que la sociedad nos enseña. No os
alejéis de la Iglesia, no ignoréis el llamado de Dios, porque Él quiere vuestra
felicidad.
La vocación es una llamada a la que
respondes, no es algo inventado, sino un gran tesoro que encuentras.
Pregúntate: “¿Señor, que quieres que haga?”
EL MUNDO NECESITA SACERDOTES. Cristo sigue
llamando, y TÚ puedes ser el protagonista de una nueva historia. Atrévete a
responderle, porque la vocación no acaba aquí, es solo un comienzo.
“Ven y sígueme, y cuando lo hagas, no tengas miedo (Mc 10,21)”.

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